jueves, 20 de diciembre de 2007

García Caparrós pone la bandera

Por Antonio Burgos

Esta vez no hubo ningún Rodrigo de Triana que gritara "¡Tierra!", pero la verdad es que la tierra nuestra se puso en pie, descubriéndose a sí misma. Bastó que se mirara en el espejo preautonómico de Cataluña, cuando la dictadura había sido derribada por el virus de la gripe del Generalísimo y cuando España entera había sido el eco de aquel triple grito de rigor: "Llibertad, amnistia, Estatut de Autonomía", que traducido al andaluz resultaba "Libertad, amnistía, Estatuto Autonomía". Fue en verdad el descubrimiento de Andalucía por los andaluces. Fue como una gran levantá a pulso de una tierra que hasta entonces había tenido (y habría de volver a tenerlos, ay) los cuatro zancos por parejo en tierra. Fue un "¡al cielo con ella¡" por lo civil. En ese cielo estaba aquella bandera que años antes, casi como en un rezo de catacumbas, había ondeado en la Feria de Muestras de Sevilla...

Para mí aquella bandera era casi como de la familia. Durante la dictadura sabíamos remotamente que Andalucía tenía una bandera. Más remotamente todavía, que era verde y blanca. Cuando los catalanes empezaron a sacar su bandera de las cuatro barras en todas sus manifestaciones por la democracia, algunos andaluces nos vimos con las manos vacías, sin bandera de un pueblo que alzar pidiendo libertades. El viaje de cualquier andaluz a la Barcelona de aquellos años de "gauche divine" y Asamblea de Cataluña era una afirmación en la creencia de que Andalucía tenía que existir . Comprendíamos entonces perfectamente a los emigrantes andaluces, aquellos que sin saberlo fueron los primeros en expresar un sentimiento colectivo andaluz, por una vía tan nuestra como la de la guasa. Comprendíamos entonces a los andaluces que en la campaña de petición de obispos catalanes, debajo de una pintada de "Queremos obispos catalanes", habían puesto por una tapia de Hospitalet o de Cornellá aquello redondo: "Como somos mayoría, lo queremos de Almería".

Aquí éramos minoría los que soñábamos una Andalucía con autonomía, los que habíamos leído "El Ideal Andaluz" de Blas Infante. Pero como somos minoría, la queremos de Andalucía la bandera. Y el mismo andaluz irrepetible que nos entregó a los más jóvenes sus manoseados ejemplares de "El Ideal Andaluz", el médico, humanista y escritor José María Osuna, fue quien habría de decirnos cómo era exactamente la bandera. Por aquellos días, desde el grupo Compromiso Político, Alejandro Rojas Marcos hizo suya la divulgación de aquella bandera de la que Osuna nos dijo que era verde y blanca, de dos franjas verdes horizontales con una franja blanca vertical. Ahora puede parecer que el andalucismo era un sentimiento general del pueblo que Franco reprimía mandando compañías de regulares y piquetes de la Guardia Civil, pero la realidad es que la guerra civil, sus terrores y sangres y los miedos que la siguieron habían conseguido borrar cualquier memoria de Andalucía en Andalucía misma.
Y es para mí como de la familia aquella bandera porque en el inicio de aquella campaña de su divulgación como forma de resistencia vino curiosamente desde las mismas entretelas del régimen de Franco. Era alcalde de Sevilla por aquellos entonces un andaluz soñador, Felix Moreno de la Cova, adelantado de su tiempo y precursor de modernidades, visionario de que la ciudad estaba llamada a ser la Metrópolis del Sur de Europa. Felix Moreno de la Cova era como un canónigo constructor de la Catedral, que a todo el mundo quería comunicar su entusiasmo del "fagamos una Sevilla tal que los siglos venideros nos tomen por locos". Hombre caballeroso y cuidador de las buenas maneras, enviaba hermosos ramos de flores del Parque a las mujeres de sus concejales por el día de su santo. Un día de la Virgen del Pilar apareció por casa, en la calle Virgen del Valle en Los Remedios, el ramo que Felix Moreno le mandaba a mi madre, como esposa de su teniente de alcalde delegado de Limpieza. Me tocó abrir la puerta y recoger el ramo, y cuál no sería mi sorpresa al ver que el ramo de flores del Parque que el alcalde mandaba a mi madre venía atado con dos cintas de seda, con dos banderas. La una, con los colores de España. La otra, que no podía ni creerlo, con los colores de Andalucía. El verde, blanco y verde que me había dicho Osuna que le contara a Rojas Marcos como los colores de nuestra bandera estaba allí, junto a la tarjeta del alcalde. ¿Entendería Felix Moreno que aquéllos eran los colores de la ciudad de Sevilla, y por eso los mandaba poner en sus ramos de flores? ¿Sabía que habían sido los colores de la bandera de Blas Infante y los hombres del Estatuto Andaluz de 1936? Nunca lo supe.

Lo que sí supe es que aquella cinta del ramo de flores de mi madre fue como la semilla con la que germinó la bandera. Por eso digo que para mí la bandera es algo de la familia, el recuerdo de algo muy querido y sentido. Porque no había entregado todavía el ramo de flores a mi madre cuando me fui a la cocina, cogí las tijeras del pescado, y corté un buen trozo de aquella cinta de seda blanca y verde. Aquella misma tarde se le entregué a Rojas Marcos: "Toma, así es nuestra bandera". Durante años vi aquel trozo de la cinta del ramo de mi madre pegado como una mariposa, como un recuerdo amoroso, en un tablero de corcho sobre la mesa de trabajo del refundador del andalucismo tras la guerra civil. Entre mis recuerdos más queridos de la juventud, junto al espejo de afeitar del cuartel que luego usé en el colegio mayor; junto la libreta de hule de los apuntes del primer viaje literario con Paco Díaz Velázquez y Julio de la Rosa por tierras extremeñas; junto a una carta de Vicente Aleixandre y el original de las respuestas de César González Ruano al cuestionario de una entrevista de principiante alumno de la Escuela Oficial de Periodismo, conservo como una reliquia aquella cinta.

Por eso aquel 4 de diciembre, cuando ya sonaba, libre en el aire, la sevillana de Los Romeros de la Puebla que cantaban los verdes trigales y el blanco de las casas, para mí tuvo quizá más significado que para nadie que su hijo fuera uno de los niños que portaban la bandera de Blas Infante. Yo aquella bandera la había recibido de mi madre, la había identificado gracias a un gran amigo y a otro se la había entregado para que acabara siendo, como queríamos, la bandera de todos nosotros. Por eso aquel 4 de diciembre, cuando me dijeron que en Málaga habían matado a un muchacho, a García Caparrós, por poner aquella bandera, igual que a muchos les nació la ira, a mi se me empezó a morir parte del recuerdo del olor de aquel ramo de flores que cogió mi madre con un trozo de cinta verde y blanca menos.

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